miércoles, 14 de noviembre de 2007

MISIVA DEL SENTADO


Se me ha condenado a esta silla, potro estático y vencido, pieza de los rebaños metálicos en su laberinto de tortura y oficina.

Que no se introduzca, a partir del anterior comentario, una interpretación equívoca de lo que digo.

Nada tengo contra las sillas de cafetería —comúnmente de madera— en su benévolo amasiato con las mesas, mucho menos contra los sillones reclinables.

Mi protesta es contra las sillas de oficina o sala de espera;

ellas trastornan de manera inevitable mi percepción del tiempo mientras lastiman mi espalda.

Pero están aquí, en cubículos y salones, en grandes cuartos iluminados.

Se nos presentan inocentes y nos dan confianza, pero poco sabemos que nuestra vida pasará ante nuestros ojos, con el solo hecho de poner nuestras incautas nalgas en ellas.

Por lo tanto, desde mi dolorosa postura, entre máquinas y papeles de letra inservible,

contra discursos de filosofía laboral, desde los más escondidos recodos de silicio de mi

computadora, dirijo esta misiva a otros como yo, que sufren.

Pero acaso se preguntarán: ¿qué es lo que yo hago en una oficina?

Disculpen el comentario, pero habría que ser estúpido para creer que lo que yo hago aquí es trabajar.

No.

Lo que yo hago es quedarme sin mover un pelo

y sentir mi respiración

mientras espero sin esperar

la hora de salida.

Nada tengo a mi favor y no me importa.

Pero mantengo una convicción:

prefiero la lúbrica naturaleza de la cama o el suelo,

ambos propicios para el sexo y la meditación,

caras opuestas de una misma moneda.

La postura horizontal,

como el canto en la regadera

me favorecen.



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REPETICIONES

Quien ve en la costumbre y la rutina formas de crearse un infierno personal, subestima las cualidades de la repetición.

Los actos llevados a una repetición infinita crean la seductora sensación de estabilidad emocional, carente de autocrítica.

Mediante un metódico mecanismo de repeticiones se pueden llegar a construir actos de sublimada perfección: bostezar en el lugar, la hora, el minuto y el segundo exactos en que lo hicimos ayer, de tal suerte que se repitan de manera idéntica y consciente todos los movimientos, aún los más insignificantes.

Es del conocimiento de todos que dicha labor es ardua a grados inimaginables, ya que existen los fines de semana, los horarios de verano y los cambios de programación en la tele; todo lo anterior parece conspirar en contra nuestra.

No está de más señalar que cuando algunas personas tienen la suerte de presenciar tan prodigiosos milagros, incurren en el error de nombrar a dichos fenómenos con el equívoco nombre de déjà vu.

1 comentario:

SotoAmish dijo...

Encontré tu misiva del sentado y un poema donde hablas del amor como un perro vigilante especialmente hermosos. Un saludo solit(d)ario desde mi silla de oficina.
Alma