miércoles, 14 de noviembre de 2007

Hoy lo escribo,
el sábado termina,
más allá de mi cuarto el domingo arde.
Cuesta abrir los ojos en la fiebre del día.
El ayer dejó un poema,
hoy mi voz lo canta.

En esta parte se presenta el invierno
que es un espejismo,
una nostalgia.

El aire que respiro es indolente a la luz
así que permanezco a la sombra.
Para maldecir recuerdo una palabra
traída de la infancia.


No digo mi nombre
como olvidar mi cara en el espejo
y como mi pan sin gloria
sobre esta mesa satisfecha.
Lo que yo es reclama lo que escribo,
lo que hoy digo ha terminado ayer
y sus palabras dan cuenta de mí
desde hace tiempo.


El silencio es elocuente
y es el último recurso:
fruto maduro del escapista,
ángel y demonio de su nada.

Pero sin ser dueño absoluto de mi final
no puedo obedecer al silencio,
debo continuar en la batalla
pero la noche de mis ojos nace
como nace del sol el verdadero odio.

En mi cuarto
la monotonía es un ventilador que no descansa.
Consagrado al conjuro

me celebro y me canto
y me aburro terriblemente.

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