miércoles, 14 de noviembre de 2007

Aprendo del poema que se destroza en silencio
y que persiste
como el oleaje que golpea mi cráneo.


Todo poema es una bala que deja su fulgor
en la imposible trama del cerebro
y hunde cada letra en el costado
más doloroso de la inteligencia.
Aun sitiado por paredes
el poema va entre tempestades
implorando el arrebato,
la visión memorable,
el golpe, el grito, el insulto.
Todo poema es un arma que corta
el último latido,
el hondo aliento.
Todo poema es una trampa,
un desafío.
Es el rostro de mi mujer que grita
las cinco letras de su nombre en el poema.
Todo poema es el desierto en el que clama,
es el jardín en que se pierde,
misterio de los siete rostros de la noche.
El poema es la tormenta,
la carga detonante,
la voz en el filo de su daga,
palabra de valor atada al miedo,
fuego y devoción,
rabia que maldice.
A veces el poema fracasa como el horizonte
y se queda en el fondo como los naufragios
o como esos autobuses azules
en aquella canción de los Doors,
esos que se alejan sin nosotros
y nos hacen maldecir
el camino de regreso.

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